lunes, 19 de mayo de 2008

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Muchas veces hemos vivido esa inmensidad catastrófica de querer arrastrarnos para toda la vida, de no querer levantarnos más de la cama. Estar dispuestos a convertirnos en bicharracos extraños como le paso a Gregorio Samsa en otro mundo.

Hoy fui yo la que despertó así, y no quise nada.
Entonces sentí que le gritaban al perro, que él se escondía y que el volumen de esa voz seguía subiendo. Agudo, tan agudo que molestaba al alma.
Y quise hundirme en vacios existenciales y sentirlos tan a concho que hasta respirar fuera como si nada.
Sabía que esto tenía que pasar, lo sabía porque la fecha era mi condena y hoy era el día.
Mi mente era un fluir de pensamientos, la angustia me brotaba por todos los poros, los ojos creo que no los abría. Y ahí estaba: La inquietud y yo. Unidas como dos amantes que se odian: Una relación tormentosa.
Me di vueltas y vueltas hasta crear un capullo con la sucia sabana, entonces decidí el suspiro que me llevaría a la reflexión. Desde esa oscuridad he comenzado invernar.

1 comentario:

Alejandro Wasiliew dijo...

¿Y qué pasó con el vacío existencial? ¿Se llenó?. Espero poder traerte a un teatro lleno de euforia y esquizofrenia. Tan abajo queda que podrías conocer el vientre de la flor de loto y del diamante.

Un pedazo de Sam Shepard:

"Me volví hacia la extensión de tierras y me pregunté hasta dónde ir. Exactamente la misma pregunta que me hice antes, cuando nadaba en el oceáno. ¿A partir de qué lugar empieza a ser peligroso seguir alejándose? Y comprendí que uno se lo pregunta cuando ya empieza a creer que ha ido demasiado lejos."


Un poco en serio y poco ficción. Seguramente te voy a estar esperando con chocolates 0% leche para que comamos los dos y le demos sentido a una película cualquiera, abrigados del vencimiento de esta semana y de la vuelta a la rutina.

Te espero acá, ya me conseguí el otoño.